viernes, 7 de junio de 2013

LOS  ABUELOS.               Anónimo.                                                  

En los últimos 50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente a consecuencia de un nuevo sistema de producción.  La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”.  El nuevo paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al hogar o en Instituciones.  Esta tercerización de la crianza se extendió y naturalizó en muchos hogares.
Algunos afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas.  Estos privilegiados chicos tienen padres de padres, y lo celebran eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abuela/o, nona/o, zeide, tata, yaya, abue, babi, o por su propio nombre, cuando la coquetería lo exige.  Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad, factores indispensables en los nuevos brotes.
La mayoría de los abuelos siente adoración por sus nietos.  Es fácil ver que las fotos de los hijos van siendo reemplazadas por las de estos.  Con esta señal, los padres descubren dos verdades: que no están solos en la tarea, y que han entrado en su madurez.
El abuelazgo, constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de aceptar la edad y la esperable vejez.
Lejos de apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores: los nietos significan que es posible la inmortalidad.  Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida.  La batalla contra la finitud no está perdida, se ilusionan. Los abuelos miran diferente.  Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras cosas.  Para opinar, por ejemplo.  O para recordar…