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La actual Liturgia Católica, cambió algunas de las costumbres acendradas en el pueblo y la gente se ha ido haciendo a la idea de aceptar, por ejemplo, la variante al concepto anterior del Sábado de Gloria de festejos y alegría, por el Sábado Santo de este tiempo, prolongación del luto del anterior Viernes de igual calificativo, aunque por otro lado, la necesidad de tomar vacaciones en esos días de muchos burócratas, empleados, trabajadores y aún profesionistas y sus familias, han ido haciendo de toda la Semana Mayor, días de recreación en muchos centros turísticos de moda.
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Me parece que vale la pena recordar el antes llamado “Viernes de Dolores” en la semana anterior a la Santa, que en honor a tan hermosa advocación de la Sma. Virgen María, transida de dolor por el sufrimiento y la gloriosa Pasión de su hijo, solía ser recordada y venerada en altares familiares colocados en la sala principal de muchísimas moradas, quedando de día a la vista de todos los transeúntes que pasaban por la calle, ya que se abrían de par en par las ventanas o balcones que daban a las banquetas con esa precisa intención.
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La amistad y la solidaridad entre todo mundo eran tan manifiestas, que los dueños de la casa recibían de visita a quienes pasaran a rezar una oración y tomar un refrigerio, aquello que se conocía como “el llorar de la Virgen”, y que consistía en el obsequio de refrescantes vasos de agua de frutas –tan propias de la época de calores-, con algunos bocadillos y galletas, o hasta una copita de ponche de granada, de naranja, membrillo, u otro vinillo generoso.
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En la decoración de esos altares, cooperaba todita la parentela; anticipadamente se ponían vasijas con semillas de chía, alfalfa, linaza y cebada a germinar en lugares obscuros, para que naciesen sus tallos y hojas amarillentos, color paja y no verdes, mismos que daban un toque muy peculiar; arreglos de velas, veladoras y gruesos cirios que una vez encendidos, resaltaban aún más la dulce y triste belleza de la imagen “Dolorosa”, colocada en medio de flores y velos de color morado y blanco, o bien, de papel picado en dichos tonos de duelo y al gusto de cada familia que en todo ello vaciaba su arte personal y su buen gusto.
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En mi casa era un día de festejos en grande y desde luego de tragazón al ser el esperado onomástico de mi tía consentida que siempre vivió con nosotros. Al recuerdo de esos ricos y casi exclusivos platillos de época, con los cuales aún nos damos satisfacciones de vez en cuando, destacan las clásicas “torrejas” o “torrijas a la española”, de pan de huevo capeado y bañadas en una miel ligera de azúcar mascabado y tiernas hojas de limón o flores de azahar y pasas; así como una ‘capirotada fina de pan de huevo’, con crema pastelera de yemas y almendras, muchas veces preferida en bastantes familias a la mucho más sencilla hecha de rebanadas de ‘bolillo’, para nosotros ‘birote’ salado, ya duro.
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Voy a comentar un poco del día entonces llamado “Sábado de Gloria”, festivo del todo, en que especialmente la alegre muchachada, esperábamos con ansia para “reventarnos”, como dicen hoy en día, aunque en una forma mucho más discreta y simple. Muy temprano se “Abría la Gloria” en la primera Misa, y nos lo hacían saber mediante el sonoro repique de campanas, mismas que habían estado silenciadas durante toda aquella semana luctuosa, sustituidas por el nada agradable ruido de las matracas de madera.
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La algarabía comenzaba con gritos de jolgorio y el tan esperado baño entre los muchachos, a viles cubetazos de agua fría, o a chorro de mangueras conectadas en alguna llave cercana a la puerta de las diferentes casas. No en pocas ocasiones alcanzaba aquella mojada a los mayores, quienes furiosos, de inmediato se desquitaban de aquellos días cuaresmales en que no se reprendía por lo general a ningún chiquillo por sus travesuras. Seguía la fiesta con la quema de “Judas” de todos tamaños, “palomitas”, “garbancillos” y “cohetones”, que estruendosos serpenteaban hacia el cielo hasta su estallido final.
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Para estar mucho más “ad hoc” con ésta hora, en que de seguro pronto estarán ya tomando sus alimentos, después de haber comentado sobre el “ayuno” y la “abstinencia” de carnes, cerraré este día con el atractivo que tiene la temporada en guisos y postres tradicionales. Aún cuando en muchos hogares tapatíos no se acostumbra comer pescado muy frecuentemente, ¿en cuántas casas dentro de la “Cuaresma” se saborea un delicioso y gran plato de “Caldo michi” de pescado bagre, como su misma raíz “purépecha” lo indica..? ¿un buen filete al “mojo de ajo” o rebosado, de un “huachinango” rosado, un exquisito “robalo” o el sabor sin par del “dorado” o del “lenguado”..?
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Y ¿qué tal unas “tortitas de camarón seco” con nopales, en el rico mole amarillo o rojo que venden las “chantitas”..? Lo mismo puedo decir de un fino y exquisito “bacalao” preparado con el más puro aceite de oliva, alcaparras y aceitunas; o un sabroso “pulpo en su tinta” según una receta defeña especial, hecho en cazuela de barro y sabrosamente sazonado con suficiente cantidad de un buen aceite, complementado con una abundante y esponjada ración de arroz blanco a la mantequilla o a la jardinera con verduras.
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Para romper las dietas, nos llegaba en la “Cuaresma” una extensa variedad de postres, donde la reina seguía siendo aquí en Guanatos la tradicional “capirotada” hecha con bolillo salado (aquí “birote”), dorado, horneado en capas con miel de piloncillo o melado hervida con jitomate, cebolla, canela, pasas, pimientas y clavos de olor, y adornada encima, antes de dorar, con queso seco desmoronado; cocinada en cazuela de barro de preferencia, con tortillas freídas al fondo para evitar que se pegue, mismas que muchos nos las peleábamos al final, pues quedan igualmente impregnadas de miel, semi-doradas y exquisitas.
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Unas líneas del viejo baúl de mis recuerdos familiares, con mucho aprecio para mis amistades de ahora.
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Sinceramente; "ALF", el Tapatío... por la ya muy cercana entrada de la Cuaresma de este año, 2011.